La excavación by John Preston

La excavación by John Preston

autor:John Preston [Preston, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2007-05-15T00:00:00+00:00


* * *

PEGGY PIGGOTT

Julio, 1939

Después de desayunar Stuart salió a dar su paseo matutino. Yo me senté en la sala de estar a leer el periódico. Allí estaban también algunos de los otros huéspedes, medio hundidos en las ajadas sillas, mirando con ojos velados, carentes de curiosidad. Apenas se movieron cuando la chica entró barrer la moqueta. Una parte de mí quería ponerlos de pie, tanto a las mujeres como a los hombres, y hacerlos girar, darles vueltas para que salieran de ellos mismos. Sin embargo, a esta idea le sucedió en el acto un sentimiento de culpa.

Cuán problemática es mi naturaleza y con cuánta premura tiendo a juzgar a la gente.

Algunos juicios, no obstante, no se pueden evitar. La cuestión del hotel, por ejemplo. Cuando Stuart era pequeño venía aquí de vacaciones con sus padres, y ha estado soñando desde entonces con volver. Sin embargo, el lugar no es lo que era, como se puso de manifiesto la primera noche, cuando estábamos en el comedor, haciendo un esfuerzo para leer la carta con manchas de grasa a la luz de una lámpara de araña titilante.

—Me temo que el sitio está un tanto dejado, cariño —observó Stuart—. No te importa, ¿no?

—Naturalmente que no.

Poco después, en un intento de ahuyentar el silencio, una mujer empezó a tocar el arpa. Se sentó en un rincón, pulsando las cuerdas con unos dedos gruesos, inexpresivos. Ambos pedimos el cerdo de segundo plato. La carne estaba tan dura que tuve que utilizar el cuchillo como si fuese una sierra. Mientras la masticábamos, nos miramos y rompimos a reír. Los dos enterramos el rostro en la servilleta hasta que la convulsión cesó.

Cuando levanté los ojos del periódico vi que en la salita había entrado un muchacho. Lucía un uniforme marrón y llevaba una bandejita de plata.

—Piggott —llamó.

Los demás huéspedes dejaron escapar un sonido de desaprobación. No querían que les molestara ningún ruido que no fuera el gong que anunciaba la cena.

—¡Piggott! —exclamó de nuevo el muchacho.

Lo absurdo es que no reconocí mi propio apellido. No en un primer momento. El muchacho estaba a punto de marcharse cuando levanté la mano y dije:

—Soy yo.

—¿Señora Piggott? —inquirió él, como si tampoco se lo creyera del todo.

—Sí.

Me ofreció la bandeja, que estaba manchada de dedos. En ella había un sobre marrón.

—Tiene un telegrama.

En el sobre, escrito a máquina, ponía: «Sr. D. S. Piggott». Lo cogí, preguntándome quién podía haber muerto o sufrido un terrible accidente. Los telegramas siempre eran portadores de malas noticias, todo el mundo lo sabía. Para entonces otros huéspedes me miraban fijamente desde las profundidades de sus sillas. Era evidente que todos pensaban que era una impostora, si bien querían que abriese igualmente el sobre.

Permanecí sentada esperando a que volviera Stuart, obligándome a concentrarme en el periódico. Sin embargo, solo logré hacerlo unos minutos más antes de levantarme y salir corriendo de la sala de estar, sin duda provocando otra oleada de desaprobación. Estaba lloviendo. Me quedé bajo la marquesina y miré a ver si localizaba a Stuart.



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